lunes, septiembre 03, 2007

ABC - La temeridad contagiosa, por Herman Tertsch

Es probable que los síntomas más alarmantes de la toxicidad de la subcultura que José Luís Rodríguez Zapatero ha sabido imponer en el discurso político hegemónico en este país no estén ya en su agotadora palabrería que tanto habrá hecho sufrir a los transcriptores del publirreportaje con que ayer declaraba abierta la campaña electoral en campo amigo. La profanación de la semántica no es una habilidad sino una característica del presidente. Por eso su renovada y maquillada charlatanería -«mi iniciativa personal de la imagen de marca del Gobierno de España»- debería impresionar poco. Eso no quiere decir que no haya, en tan prolija nadería impresa, materia de seria preocupación. Aterra pensar sobre la posibilidad, afortunadamente desbaratada, de que «sería un presidente sin alma, sin entrañas», si no se hubiera lanzado a la negociación con ETA para buscar acuerdos de mutuo interés. Ya ha demostrado tener alma y como ETA le cantó aquello tan de fin de fiesta vasca de que «todos queremos más, y más y mucho más», ahora han regañado y se declara «implacable» con sus exsocios del proceso.

A los más susceptibles también puede alarmar esa búsqueda de la «modernización definitiva de España», más que nada porque en sus labios la palabra «definitiva» viene a ser «irreversible» y aunque sabemos que para él puede significar lo contrario mañana o en abril, demasiados daños de su legislatura amenazan con ser, si no irreversibles y definitivos, sí duraderos y muy costosos. Pero hace ya tiempo que las palabras de Zapatero solo sirven como soporte especulativo. No ya sobre sus ideas sino sobre sus artimañas pretendidas. Y me evocan las inolvidables frases del Manifiesto democrático de Ferdinand Peroutka, aquel gran señor del periodismo libre checoslovaco que, desde su exilio en EEUU, inoculó en la memoria de millones de resistentes al totalitarismo y a la experimentación social el mensaje humanista más sencillo y auténtico: «La lucha de la democracia por devolver a las palabras su significado decente, de darle de nuevo su clara definición a los términos, es más que una lucha política. Es una lucha en defensa de la herencia de pasadas generaciones que unen a la gente con las palabras que corresponden a la realidad». Peroutka se convirtió con su manifiesto en bandera de quienes creían y creen que si quedan«las palabras al servicio de la política» como es deseo expreso de nuestro Gran Timonel leonés, está puesto el huevo de la serpiente.

Asfixiados en la toxicidad
Ayer otra entrevista, en estas páginas de ABC, más concisa pero pletórica de razón y contenido, daba ocasión a Jaime Mayor Oreja a decir cosas muy importantes que muchos de sus compañeros de partido parecen olvidar o ignorar, asfixiados en la referida toxicidad. Advierte a los responsables del PP, inmersos en una ridícula gresca, que la sociedad española puede pagar muy caro este espectáculo. Dice él que se debe a la «ingenuidad» de quienes «desprecian estas elecciones generales o apuestan por un poco más allá». «Ingenuidad» es un término suave porque la temeridad es gravísima. Tiene razón Mayor Oreja y es una pena que Rajoy no lo haya dejado claro en su entorno, en que «el centroderecha español parece no se ha dado cuenta de lo implacable que es el proyecto que tiene enfrente, de lo poderoso que es su aparato de comunicación y de que por tanto no puede cometer errores o torpezas». Porque supone el suicidio de la derecha democrática española, la liquidación de la alternancia en el sistema democrático español y por tanto la liquidación de la democracia que es, desde un principio, el sueño experimental del «mago de León» al que hay mil razones para ridiculizar pero al menos tantas para temerlo.

De ganar las elecciones Zapatero con su apuesta por la «modernización definitiva», habrá ese «segundo tiempo» en el que retornará, sin mayores trabas, la coordinación de intereses con ETA y todos los nacionalismos y grupos antisistema. Nadie puede estar seguro de que volvamos a tener unas elecciones en condiciones democráticas y alternancia posible. El centroderecha español ganó por mayoría absoluta las últimas elecciones celebradas en condiciones normales en este país. Si no gana estas puede que no vuelva a haberlas.